La cuarentena pasó a segundo plano en la despedida del ídolo Tomás Felipe Carlovich.
En la tribuna del estadio Central Córdoba cientos de aficionados, la mayoría con cubrebocas ovacionaban, como tantas tardes sucedió, al espigado Carlovich.
Era tiempo de despedirse, de decir adiós a un genio de la pelota. Un crack que se cansó de despreciar a la fama.
“El trinche”, “El Trnche” resonaba en el vetusto escenario, campo de batalla de Carlovich y sus aliados del balón.
Se fue un grande. Le lloraron hasta el hartazgo y lo recordarán para siempre.
El féretro se paseó entre manos de familiares y amigos cercanos. La yerba olorosa a gloria. El sol reverenciando el momento único en la historia de uno de los países de excelencia futbolera como lo es Argentina.
“El Trinche” embelesó a miles. Al menos dos generaciones crecieron con sus hazañas. Su magia era inextinguible. Tan grande como desconocido en los escenarios mundiales.
En 1974, la Selección Argentina se alistaba para disputar el Mundial de Alemania. Concretó un “trompo” ante un combinado de Rosario Santa Fe y Newell´s Old Boys.
Los técnicos de este conjunto eran Juan Carlos Montes y Carlos Timoteo Griguol y figuraban elementos que en unos años se consolidarían como estrellas internacionales como Biasutto; Jorge González, Pavoni, Capurro y Mario Killer; Aimar, Carlovich y Zanabria; Robles, Obberti, Kempes y uno que se llamaba Tomás Felipe Carlovich al que le apodaban “El Trinche” que jugaba en la División “B” con el Central Córdoba.
La selección, dirigida por Vladislao Cap, se presentó con Santoro; Wolff, Togneri, Sa y Tarantini; Brindisi, Telch y Poy; Houseman, Potente y Bertoni
Más de 30 mil espectadores se dieron cita. .
Ahí se vio que Carlovich era un iluminado con el balón en los pies. Dio cátedra a los seleccionados y su equipo ganó 3-1.
La leyenda dice que a Carlovich lo hicieron salir de ese partido para evitar una goleada. Nunca fue confirmado, pero es muy posible que el seleccionador Cap le haya pedido a Montes que sacara de la cancha al flaco que estaba a cargo de la batuta.
A los 15 minutos del segundo tiempo, Carlovich salió ovacionado por todo el estadio y enfiló hacia el vestuario. Tras el cambio, se quitó loa “tacos”, se puso unas sandalias y se marchó a cenar con sus amigos del barrio, sin esperar el final del partido.
¡Ni en la noche más brillante de su hasta entonces carrera deportiva dejó de ser un genio!. Descanse en paz el “crack”, el monstruo, el amigo, el gran “Trinche”.