EL DÍA QUE MÉXICO PROBÓ LA GLORIA

Un 2 de octubre, pero de aquel ya lejano 2005, México escribió con letras doradas la primera página de su historia mundialista.

En el corazón de Lima, Perú, la Selección Sub-17, dirigida por Jesús “Chucho” Ramírez, levantó la copa y con ella, el orgullo de todo un país que jamás había probado la gloria en un torneo FIFA.

MOMENTOS de gloria cuando la seleccion Sub 17 levantaba el trofeo de campeón del mundo.

Nadie los tenía entre los favoritos, nadie apostaba demasiado por ellos. Pero ese grupo de adolescentes, con sueños más grandes que su edad, se encargó de derribar pronósticos y demostrar que el talento mexicano podía mirar de frente al mundo.

El equipo estuvo  integrado con los siguientes jugadores:

PORTEROS: Sergio Arias, Alejandro Gallardo y  José Rocchi.

DEFENSAS: Héctor Moreno, Efraín Juárez, Patricio Araujo, Christian Sánchez, Omar Esparza, Adrián Alderete, Pedro Cortes y Pedro Valverde.

MEDIOS: César Villaluz, Edgar Andrade, Jorge Hernández, Juan Carlos Silva  y Mario Gallegos.

DELANTEROS: Giovanni dos Santos, Carlos Vela, Ever Guzmán y Enrique Esqueda.

El camino hacia el cielo

En la fase de grupos dieron los primeros avisos: vencieron a Corea del Sur y empataron con Australia y Turquía.

Aún no era suficiente para despertar pasiones, pero algo se estaba gestando. Fue en la fase final donde nació la leyenda: primero tumbaron a Costa Rica con un 3-1, después dieron un golpe de autoridad que aún se recuerda, goleando 4-0 a Países Bajos.

La final estaba servida: México contra Brasil, David contra Goliat en el Estadio Nacional de Lima. Pero ese día, el “pequeño” se hizo gigante.

Con goles de Carlos Vela, Omar Esparza y Ever Guzmán, los chicos tricolores se treparon al Olimpo. El silbatazo final desató un grito que cruzó fronteras: México era campeón del mundo.

UNA generación de jugadores que logró lo impensado.

Veinte años después

De aquel equipo brotaron nombres que aún resuenan: Carlos Vela, el genio que prefirió escribir su historia a su manera, sin ataduras. Héctor Moreno, un muro con pasaporte europeo que hoy sigue vigente en Monterrey.

Giovani Dos Santos, que alguna vez nos hizo soñar con jugadas imposibles, aunque su estrella se apagó demasiado pronto. Adrián Aldrete, el obrero silencioso que recorrió clubes y canchas hasta exprimir su carrera. Y César Villaluz, el diamante celeste que las lesiones se empeñaron en opacar.

Otros se fueron desdibujando en el camino: Patricio Araujo, Ever Guzmán, Omar Esparza, Sergio Arias, incluso Efraín Juárez, que hoy dirige desde el banquillo, pero ya no desde la cancha.

JESÚS «Chucho» Ramírez, gestor del acontecimiento.

El legado que nunca se borrará

Dos décadas han pasado desde aquel 2 de octubre y, aunque el destino de sus héroes fue dispar, aquella victoria sembró una semilla imborrable.

Fue el título que abrió la puerta a otro campeonato en 2011 y, sobre todo, el que demostró que México podía soñar en grande.

Ese día no solo se levantó una copa, se levantó la ilusión de un país entero. En Lima nació una generación dorada y, con ella, la certeza de que el fútbol mexicano también sabe escribir epopeyas.

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